Tantauco
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La memoria es frágil, así que voy a escribir.
Caminar en medio de la naturaleza y rodearse de seres vivos distintos a los que encierra una ciudad, ser capaz de planificar una ruta de varios días y completarla, utilizar el cuerpo y la mente para lograr hacerse parte de un lugar natural, son cosas que siempre me han llamado la atención. Torres del Paine, Cerro Castillo, Dientes de Navarino son lugares únicos, que dejan extasiado de tanta belleza. Me faltaba conocer los senderos de Tantauco…
El sendero tiene 2 partes: un tramo de norte a sur que se recorre en 5 días, que se conoce como el “sendero transversal”, es el que elige la mayoría de la gente que viene al parque; y un brazo lateral que va a caleta zorra, que adiciona 3 días más, y que se conoce como la “ruta Tantauco”. En el sendero transversal hay muchos renovales de cipresales que fueron arrasados por el fuego hace más de 80 años, donde se hace evidente la lenta velocidad de recuperación de estos ecosistemas cuando son dañados. Pero también hay segmentos con bosque maduro, donde arrayanes, melí, mañío, tepa, canelos, coigües y cipreses se dan cita para una dura competencia por tocar el cielo. Sin embargo, el bosque más bello está camino a caleta zorra; ahí los árboles son tan grandes, que el sotobosque se “arrodilla” para formar una alfombra de colores y texturas a pocos centímetros del suelo, dejando espacio para la admiración y respeto de estas criaturas que llevan cientos de años viviendo en la tierra. Además esos tres días adicionales son coronados por las vistas de la caleta, donde uno se puede pasar un buen rato esperando ver algún soplo en el agua, porque ese lugar debe ser un paraíso para las ballenas que van de paso con sus crías…
En los senderos hay mucho que mejorar. El principio número uno de “no deje rastro”, “camine y acampe en terreno resistente”, es difícil de cumplir en un lugar que alterna una delicada esponja saturada de agua, la turba, que al pisarla se destruye y rápidamente es remplazada por barro blando, el cual abunda en todo el recorrido; con cipresales que tienen una red de resbalosas raíces que obligan a levantar los pies y dar pasos largos, con un alto riesgo de no encontrar el apoyo esperado y terminar en el suelo tratando de que la pesada mochila que llevas no te caiga encima. En muchos tramos hay “pavimentos de troncos”, restos de antiguas rutas de hacheros que recorrieron esas tierras sacando madera hace varias decenas de años, donde se observa que la turba crece en perfecta armonía con los eslabones firmes que evitan que se acumule el barro. En otros tramos hay pasarelas de madera y escaleras, donde cada paso tiene que ser dado con extremo cuidado para no resbalar, pero que permiten poner una distancia prudente con el delicado suelo que hay debajo. Una vez que se logra encontrar un ritmo para avanzar por la pasarela, uno se encuentra caminando por encima de una extensa red de telas de araña que adoptan formas increíbles, y que cuando un rayo de luz se cuela entre las hojas de los árboles generan un espectáculo de brillos reflejados por las gotitas de agua que cuelgan de ellas. O una “hoja de coigüe que salta” que resulta ser una ranita de Darwin (Figura 1). O un caracol gigante que mantiene sus cachitos extendidos indiferente de sus observadores. El silencio de esos lugares sólo puede ser interrumpido por un chucao curioso que se acerca a verificar si apareció algún gusano bajo el terreno removido por los bototos de los caminantes (Figura 2). O algún grupo de rayaditos que se interesan por conocer un poco más de cerca a estos seres de formas y colores extraños que cada cierto tiempo se detienen a tomar aliento. Todos los habitantes del bosque parecen no inquietarse demasiado con la escasa presencia humana.
Figura 1: Ranita de Darwin (Rhinoderma darwinii). Fotografía de Carolina Heresi.
Figura 2: Chucao (Scelorchilus rubecula). Fotografía de Carolina Heresi.
Al caminar uno se encuentra en el barro con muchas huellas de animales que también usan el sendero. Es fácil reconocerlas: el pudú deja una huella de ciervo, el zorro deja una huella de perro, la güiña deja una huella de gato; a veces se ven huellas de pájaros: una madre que se aventuró con sus polluelos… Evidentemente la inmensa mayoría de los animales que viven ahí son nativos. Si uno se sale del sendero encuentra más rastros: un cerro de caca de pudú en el mismo lugar donde a uno le gustaría inaugurar un baño (Figura 3); restos de jaiba en el excremento de un zorrito que se aventuró hasta la costa para ampliar la variedad de su dieta; se escuchan sinfonías de croares en las cercanías de los lugares para abastecerse de agua.
Figura 3: Pudú (Pudu puda). Fotografía de Carolina Heresi.
Un capítulo aparte merece el abejorro chileno (Figura 4). En peligro crítico de extinción, desplazado por el abejorro europeo en la mayor parte de Chile, en Tantauco es el rey y señor de los chilcos y coicopihues. Y son cientos, sino miles. De flor en flor con su vuelo lento, devorándose incansable el néctar que se les ofrece generoso, concentrados en la titánica tarea de preservar a su especie y mantener el bosque saludable. Pero también descansan, y es en ese momento donde se produce una oportunidad única para el visitante de ojos aguzados, porque al encontrarlo durmiendo en el extremo de alguna rama se les puede tomar fotos con la cámara prácticamente encima y sin que siquiera se enteren. Una maravilla…
Figura 4: Abejorro chileno (Bombus dahlbomii). Fotografía de Carolina Heresi.
Yo sabía que necesitaba una chaqueta resistente al agua y al mismo tiempo resistente a los rasguños de las ramas. Lejos la mejor inversión en equipo que he hecho, no porque fuera muy buena para el agua, prácticamente no llovió los días que estuve ahí; ni tampoco porque hubiera estado en riesgo de rasgarse al engancharse en una rama. Sino porque la capucha me hacía parecer una flor y los picaflores desconcertados se acercaban a toda velocidad directo mis ojos. Afortunadamente se alcanzaban a dar cuenta de que algo raro sucedía y se paraban en seco frente a mí, a menos de medio metro de distancia, y se quedaban mirándome fijamente. Llamar la atención de un picaflor y tener un encuentro a tan poca distancia es realmente hermoso…
Los refugios son otro punto alto de la travesía de Tantauco. Tienen una cocina-comedor alrededor de una estufa a leña, y un dormitorio, todo en el mismo espacio para permitir que el calor del fuego se distribuya homogéneamente; con una letrina, una leñera y un par de mesas en el exterior para poder disfrutar afuera durante los días de calor… En abril los días son cortos y una vez que se pone el sol hace frío, así que no era necesario nada más que el calor del fuego. Al final del día se establecen ciertas rutinas: meterse al lago/río con zapatos y polainas para sacarse un poco el barro, cortar leña con el hacha del refugio, hacer fuego, calentar agua para alimentar la ducha portátil, ducharse, ponerse ropa seca y menos sucia, cocinar, comer, secar la ropa y los bototos para caminar al día siguiente, cargar los dispositivos electrónicos, meterse al saco a dormir. Un par de alarmas durante la noche para mantener el fuego vivo, levantarse todavía de noche para tomar desayuno y arreglar la mochila para una nueva jornada de caminata, y finalmente iniciar la marcha con las primeras luces de la mañana. No todos los refugios tienen agua corriente cerca, y según quedó escrito en las bitácoras que guardan las historias de cada refugio, el aprovisionamiento de agua en algunos puntos fue un problema importante por muchos años. La solución se obtuvo de la observación de la naturaleza alrededor: en Chiloé no hay nieve que permita almacenar agua en las cumbres y asegurar que los ríos corran durante todo el año. El agua se almacena en las turberas; son ellas las encargadas de mantener el bosque vivo. Como los techos están hechos de turba, basta con conectar las canaletas a un estanque para aprovechar el agua que se deposita sobre el refugio y que por gravedad se va acumulando generosamente.
Un par de tramos son especialmente largos y duros, muchos caminantes tienen que terminar el día con ayuda de una linterna. Pero el bosque te ofrece como recompensa un espectáculo que no es posible observar a la luz del día: despiertan los monitos del monte, que corren a toda velocidad entre las quilas y se acercan con sus grandes ojos hacia las fuentes de luz; las ranas saltan sorprendidas en el sendero cuando el ruido de los caminantes se aproxima; aparecen nuevos sonidos en el bosque… Por otro lado son justamente los segmentos más difíciles del sendero los que uno termina haciendo de noche: el paso junto a un acantilado, donde no se tiene noción de la altura a la que va el río que corre al fondo del cajón. O una subida entre las raíces de los árboles, donde una cuerda amarrada para ayudar en la escalada es la única clave que indica que uno sigue por la ruta correcta. Por lo que llegar a algunos refugios es realmente un premio mayor.
Hay 2 lugares especiales durante el recorrido, porque son algo que no se observa con mucha frecuencia en las áreas silvestres protegidas de Chile. Y que en este caso particular son verdaderos monumentos al ciprés de las guaitecas. Se trata de unas torres de alrededor de 15 metros que se ubican al comienzo y al final del sendero; la primera permite observar la geografía del recorrido que uno tiene por delante en los próximos días, y la última es el premio al esfuerzo de completar los exigentes 94 kilómetros, con vistas a todo el bosque virgen que se acumula al sur Chiloé, con los canales que se forman entre las islas cercanas y el cielo con nubes pintadas a mano de fondo.
En la medida que uno se acerca a la caleta Inío, se pregunta qué puede motivar a esa gente a vivir tan aislados e indiferentes del mundo agitado que uno conoce. La respuesta es obvia: ellos siempre han vivido ahí y son herederos de los habitantes que por miles de años han poblado el archipiélago. Son chonos que siguen aprovechando los frutos del mar, que han construido sus casas y sus huertas según las recomendaciones de los misioneros católicos que llegaron a evangelizarlos, que mantienen la estructura social tradicional. Es un privilegio hablar el mismo idioma y poder compartir con ellos en el calor de su hogar. Una empanada de loco - queso, un róbalo recién capturado, preparado por una experta en cocinar pescado, acompañado de tomates, lechuga, zanahoria y betarraga sin huella de carbono, porque acaban de ser cortados a pocos metros de la mesa, pan recién salido del horno con mermelada de murta con mosqueta, o simplemente un mate…
No quiero que se borren de mi retina estas imágenes.
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