El canto de Violeta desde el Hospital San Juan de Dios: ¡Cuatro voces para un poema!
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Se juntan como palomos
doctores por me aliviar
alrededor de mi cama
parecen un palomar.
Un negrito muy vaqueano
parece mosquito en leche
adentro del delantal.
Después uno pequeñito
como mi dedo pulgar
explica que tengo el hígado
como jalea real.
Y le llevaron las pruebas
de sangre esta madrugá
las niñas son bien competentes
me tienen bien picoteá.
El médico de la sala
me quiere hacer confesar
si soy como cañería
p´al tinto y p´al aguarrás.
Es tanto lo que me aflige
que lo quisiera invitar
a probar un chancho en piedra
a ver si no toma ná.
Otro muy ceremonioso
y dulce como un panal
dijo palabras difíciles
en sánscrito o alemán.
Después habló sentencioso
uno que me hizo llorar
por aplicarme estatutos
si viénenme a visitar.
Uno me palpa la panza
otro la espina dorsal
aquel me escarba en el pecho
y otro mirando está.
¿Disminuye la ictericia?
demanda el más principal
in crescendo le responden
yo entiendo sin comentar.
Salieron para el pasillo
yo les oigo su runrunear
hablan de régimen blando y
reposo sin pestañar.
Con suero al 20 por ciento
le vamos a despitar
ese color amarillo
que le resambla oriental.
Juntadle toda la orina
y júntadle lo demás
que la canaria Violeta
se tiene que mejorar.
Partieron por el pasillo
con su blanco delantal
yo me he quedado pensando
en tan lindo palomar.
VIOLETA EN EL HOSPITAL SAN JUAN DE DIOS
David Gallardo
Violeta Parra estuvo internada en el Hospital San Juan de Dios en el año 1959, ingresada para el estudio de una ictericia. La historia cuenta que durante esos días de estancia un grupo de médicos la visitan como parte de un ritual sagrado por las salas de medicina en Chile y el mundo, que se prolonga hasta la actualidad (tal vez con menos pompa ahora), en donde el facultativo a cargo de la atención del enfermo relata la historia clínica del paciente (la paciente en este caso), para ser sometido el caso luego a la discusión de los colegas, habitualmente liderados por el médico Jefe de Servicio que arbitra el debate. Estamos hablando de finales de los 50s y en ese tiempo el Jefe de Medicina del Hospital San Juan de Dios, era nada más ni nada menos que el famoso hasta el día de hoy, Dr. Rodolfo Armas Cruz, uno de los pilares históricos de la medicina interna de nuestro país. El séquito lo completaban otros importantes médicos de la época que han sido -al menos parcialmente- identificados en algunos escritos que relatan la anécdota. Anécdota que por lo demás hubiese pasado sin pena ni gloria (como de seguro tantas visitas médicas a otros personajes de nuestra historia) de no ser porque en los momentos inmediatamente posteriores al evento, Violeta compone unos versos que se han conservado hasta la actualidad y que se dice que fueron leídos ese mismo día en Radio Pacífico.
Cuentan los médicos que participaron, que Violeta estaba rodeada de sus arpilleras cuando se produce la visita y que se comentó durante el hecho, lo “incómodo” que habían resultado unas visitas fuera de horario y que al parecer fueron bastante afectivas… (luego se detallará).
Es seguro que no estamos frente a lo mejor de la producción literaria de Violeta Parra (considerado su genio magnífico) pero es notable su narrativa de los hechos. Desde el lecho de enferma, nos cuenta como ve la reunión en su lenguaje tan propio y tan de todos.
Inicia comparando al cuerpo de médicos con palomas y palomar, claramente por el blanco delantal típico, y enumera a algunos de los doctores que le llaman la atención por sus características físicas o su participación: hay uno más moreno, otro más pequeño de estatura, otros que la examinan, otro que relata en términos incomprensibles, etc. Es la visión humana de un individuo enfermo sometido al juicio de un grupo de médicos empecinados en encontrar soluciones al problema que le aqueja, pero también un poco lejanos, técnicos e inquisitivos hasta cierto punto.
Si bien el relato es finalmente amable, da cuenta sutilmente de situaciones tan típicas en las cuales el médico insiste hasta el día de hoy, las que terminan por motivar algún grado de inconfortabilidad para nuestra paciente: hablar en sánscrito o alemán (Violeta entiende al menos la alocución musical in crescendo, cuando preguntan cómo va su ictericia), van al pasillo a discutir (uno se imagina a Violeta Parra estirando el oído para tratar de escuchar el cuchicheo), por ejemplo. ¡Situaciones que no dan tranquilidad a nadie!
En otra perspectiva, no dejan de ser francamente divertidas un par de situaciones; una un poco tragicómica: no se sabe si Violeta habla en serio cuando dice que la hizo llorar uno que la amenazó con aplicarle los estatutos a causa de esa visita masculina que comentáramos antes a propósito de su afectividad. La otra llanamente chistosa cuando responde ante la insistencia de preguntar por consumo de alcohol con un “lo quisiera invitar a probar chancho en piedra a ver si no toma ná”. Tal vez haya que decir a favor del médico insistente, que en esa época poco y nada se sabía del virus de hepatitis y lisa y llanamente no existían formas de diagnóstico siquiera cercanas a las actuales, por lo que el consumo de alcohol había que descartarlo como etiología de una hepatitis en forma exhaustiva.
Con todo, Violeta Parra termina sus versos con palabras de elogio para “tan lindo palomar”; dicen que era bien “picada de la araña”, tal vez una forma de decir que practicaba lo que hoy llamamos igualdad de géneros (y recién 60 años más tarde). La cosa no era tan fácil en esos tiempos.
Por último, habría que decir que nuevamente Violeta Parra se enfrenta a una problemática que sería considerada importante muchos años después. (¡Qué forma de mostrar la otra cara de la moneda de la visita médica!) ¿Inicia ella en Chile la corriente de humanización de la medicina? No lo creo, pero en su año de conmemoración centenaria no estaría de más un laurel más para la gran Violeta Parra.
LA VIOLETA VULNERABLE
Juan Eduardo Sánchez
He aquí a la Violeta… quien es dulce vecina de la verde selva, enemiga de la zarzamora, mujer que desentierra cántaros de greda, libera pájaros cautivos, quien hace salir muertos a bailar, que no viste de payaso, que no se compra ni se vende, quien habla la lengua de la tierra1. Esta mujer abre su corazón cuando quiere, cierra su voluntad cuando quiere, se sobrepone a todo pese a su dolor circular e infinito, es, en definitiva, un corderillo disfrazado de lobo. La Viole piadosa, jardinera, locera, costurera y volcánica es vulnerable. La enfermedad aparece y, como dijeran otros, es administrada por los médicos: palomos de tan lindo palomar. Hurgueteamos, buscamos y presionamos confesiones, afligimos con palabras en sánscrito o alemán, sentenciamos y aplicamos estatutos, en definitiva, hablamos, runruneamos: explicamos sin explicar.
La Violeta, una vez más, sin el menor esfuerzo, nos aclara en el acto. El manantial inagotable de vida humana nos devela, nos deja en evidencia con su canto a media voz, nos hace llorar con su sollozo. La Violeta paciente, vulnerable, amarilla y oriental nos ofrece -preocupada siempre de los otros- su declamación. Esa vulnerabilidad de la mujer enérgica, la que hace todo a las mil maravillas, describe con precisión nuestro accionar: el ceremonioso paternalismo, la ausencia de empatía, el temor a conversar en el idioma del paciente, en definitiva: la precariedad de nuestra propia humanidad.
TODA PACIENTE PUEDE SER LA VIOLE
Jaime Retamal
Ponerse en el lugar del paciente. Una sentencia que escucho desde temprano en mi formación como médico. A veces con un tono cristiano, otras con un tono humanista. Lo cierto es que cuando era aún un estudiante no lo comprendía en su todo, me parecía lógico y correcto, aunque estaba lejos de poder sentir esa carencia del que padece.
Violeta está enferma, tiene ictericia y se encuentra hospitalizada para estudiar el origen de sus problemas. En este escenario sencillo, es visitada por una ronda médica.
La Viole hace una tierna crítica a la medicina en este poema. Tierna, inteligente y agradecida, pero no menos cierta. Me llaman la atención algunos aspectos de los versos de Violeta. Primero, la distancia que relata entre los médicos y la paciente, nunca describe una actitud de cercanía por parte de los facultativos, pero sí es interrogada, examinada y al parecer reprendida por uno de ellos. Sin duda, lo que más me llama la atención es la observación y descripción de Violeta acerca de lo vivido, en particular la displicencia con que mira lo ceremonioso de la ronda médica, las preguntas técnicas y las batas blancas. Incluso, esta displicencia llega hasta la ternura maternal de sus dichos para algunos de los médicos.
Este poema debiese hacernos pensar en cómo nos acercamos a nuestros pacientes, ellos tienen expectativas, satisfacciones y preferencia que deben interesarnos, no podemos preocuparnos solo por el tema médico, no olvidemos que en cada uno de ellos hay un poco de Violeta o de nosotros mismos también.
A PROPÓSITO DE LA FISURA EN EL POEMA DE VIOLETA
Glenn Hernández
Para mí, la poesía siempre fue ritmo y cadencia, belleza, imágenes metafóricas, la fisura, eco en el alma, los sentimientos esbozados. Cuando me preguntan que es poesía, recuerdo incansablemente a Herman Melville describiendo la melancolía en forma magistral “cada vez que un noviembre húmedo y lluvioso se apodera de mi alma…”. O a Fernando Pessoa palpando la fragilidad humana “no soy nada, nunca seré nada, no puedo querer ser nada; aparte de eso, tengo en mi, todos los sueños del mundo”. O a Jorge Teillier esbozando lo efímero del instante “bajo el cielo nacido tras la lluvia, escucho un leve deslizarse de remos en el agua, mientras pienso que la felicidad no es sino un leve deslizarse de remos en el agua”.
Por eso me cuesta encontrar la magia en Nicanor Parra o su antipoesía. La ironía, el sarcasmo, los juegos intelectuales no son lo mío. Sin embargo, hay una cumbre, “el hombre imaginario”. En ese magnífico poema que empieza con “el hombre imaginario/ vive en una mansión imaginaria/ rodeada de árboles imaginarios/ a la orilla de un río imaginario”, la trama se desarrolla con una candencia pegajosa de “imaginarios” paisajes y sensaciones donde te quedas esperando la fisura maravillosa que aparece en forma abrupta al final cuando dice “y vuelve a sentir ese mismo dolor”. Así a secas, nada de imaginario, a propósito de un amor perdido. ¡Brillante ahí, Nicanor!
Estos pensamientos me surgieron al leer y releer el poema de su hermana Violeta, escrito durante su hospitalización en el viejo y querido Hospital San Juan De Dios. A través del poema me reí mucho con sus burlas satíricas sobre el clan médico que la rodeaba y asediaba permanentemente. Más allá de eso, sin embargo, busqué y busqué la angustia, la fisura detrás de ese canto jocoso.
Y, tal como en su hermano, aparece en destellos fragmentados. “¿Disminuye la ictericia? / demanda el más principal/ in crescendo le responden” Y aquí el toque conmovedor, angustia larvada: “yo entiendo, sin comentar”.
Nada de imaginario en eso, nada de divertido. Y luego “Después habló sentencioso/ uno que me hizo llorar/ por aplicarme estatutos/ si viénenme a visitar”. ¡Qué impresionante el contrapunto entre el médico sentencioso que hace llorar y la rebeldía parranina de trasfondo!
Y al final, la soledad del nosocomio que me hizo recordar el conmovedor “Tarde en el Hospital” de Carlos Pezoa Véliz. Dice Violeta: “Partieron por el pasillo/ con su blanco delantal/ yo me he quedado pensando/ en tan lindo palomar”.
¿Dicho todo eso, es poesía lo de Violeta? ¡Mi respuesta categórica es sí! Antipoesía, claro, pero con el aroma de los grandes. La frágil Violeta que todos habríamos querido tratar.
REFERENCIAS
1. Poema “Defensa de Violeta Parra”, en Obra gruesa, de Nicanor Parra (Santiago, Universitaria, 1969). ISBN: 978-956-314-181-8.
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